Encerrarse es una cosa. Aislarse es otra.
Cuando alguien se encierra se queda detrás de su miedo o su rabia y no permite la entrada de nada ni nadie, tampoco de la Luz.
Es quedarse a oscuras sin intenciones de volver a prender al menos una lámpara.
Se desconfía de todo y se detiene la evolución.
En cambio, cuando en vez de encerrarte eliges aislarte, estás en sintonía contigo de forma sana.
Es volver al contacto con la propia alma. Es vivir lo Espiritual en los detalles más pequeños.
En la vida cotidiana.
En apreciar el aire de la mañana, la taza de café, el pan recién hecho, el agua fresca, el aroma de las flores, la libertad de ser!
Aislarse es cuidarse y crecer.
Encerrarse es detenerse y temer.
En un aislamiento hay selectividad. Es decir, dejamos fuera lo que sabemos que no nos hace bien. Abrimos nuestras puertas mentales y emocionales a lo que nos nutre y nos inspira.
Se forjan nuevas fortalezas.
En un encierro se impide El Paso a nuevas posibilidades.
Solo hay deterioro.
Todos necesitamos aislarnos de vez en cuando.
Es una limpieza profunda.
Una depuración.
A veces llega un rompimiento que de algún modo te obliga a elegir entre encerrarte o aislarte.
Te recomiendo que si te encierras, dure poco.
Que luego mejor te aísles para fortalecerte, permitiendo el apoyo de quienes te aman.
La necesidad de volver al camino será inminente en su oportunidad.
Y ya no sólo caminarás nuevos pasos, sino que te elevarás con tus nuevas alas.
Vía: FB La Caminante
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